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SUPLEMENTO DE HISTORIA ARGENTINA PDF Imprimir E-Mail
martes, 03 de abril de 2007

AYER, 2 DE ABRIL

MALVINAS (a confesión de parte …) 

Por Jorge H. Sarmiento García

 

Desde nuestra separación de España, la Argentina había estado en pacífica posesión de las Islas Malvinas, ejerciendo actos de soberanía sobre ellas. Mas el 2 de enero de 1833, siendo gobernador de Buenos Aires y encargado de las relaciones exteriores el general Juan Ramón Balcarce, la corbeta británica Clío ingresó en Puerto Soledad, intimó al comandante Pinedo y desembarcando un cuerpo de marinos se apoderó del poblado sobre el que izó el pabellón pirata.

 

Frente a tal atropello, de inmediato el gobierno elevó enérgicos reclamos por intermedio de nuestro ministro en Londres, Manuel Moreno, sin resultado alguno. Nuestro país, carente de apoyo por parte de otras naciones (pese a la "Doctrina Monroe"), y sin fuerzas militares suficientes, tuvo que soportar el ultraje, manteniendo sus derechos por medio de reiteradas protestas y exigencias de devolución ante los más altos organismos internacionales, hasta el 2 de abril de 1982 ...

 

Sirva lo que antecede de introducción para referirnos al pensamiento juvenil de un hombre por el que sentimos en algunos aspectos sincera admiración, Winston Spencer Churchill, en razón de las opiniones que hace muchos años expresara respecto de otro conflicto bélico, pero que reflejan sin duda lo que luego, en la Guerra de Malvinas, muchos británicos han cavilado (y siguen haciéndolo), empezando por su entonces jefe de Gobierno, Margaret Thatcher.

 

En 1897 era Churchill oficial subalterno de caballería, cuando se produjo un disturbio en la frontera noroeste de la India, estando aquél con permiso en Londres. Inmediatamente partió para Brindisi (Italia) a tomar un barco rumbo a la India. Al llegar allí, descubrió que no tenía posibilidad de ir al campo de la lucha, a menos de que pudiese hacerlo como corresponsal de guerra. Un periódico inglés de la India lo complació inmediatamente y el “Daily Telegraph” de la metrópoli cedió gracias a los discretos oficios de su madre aceptándolo como colaborador.

 

Recorrió entonces la mitad de la India hasta Bangalore, obtuvo permiso de su regimiento allí acantonado, volvió de nuevo hacia el norte, viajó por ferrocarril tres mil kilómetros hasta la estación terminal, recorrió sesenta más en carro y se encontró al fin en el cuartel general de la Fuerza Expedicionaria de Malakand  (integrada por más de cincuenta mil soldados británicos e indios) y a punto de ver entrar en acción a las tropas británicas y sus aliadas.

 

El 31 de agosto del año precitado, en una carta escrita a su hermano desde el tren, le decía en torno a la rebelión de tribus de Afganistán que se iba a reprimir, que al gobierno británico le resultaba imposible “conformarse con repeler una agravio; había que vengarlo. De modo que nosotros, a nuestra vez, debemos invadir a los afridis y los orakzais y otros que han osado violar la Pax Britanica”.

 

Mientras aguardaba el comienzo de la lucha escribió en una de sus cartas al “Daily Telegraph”, el 12 de septiembre, que “la civilización se halla frente a frente con el mahometanismo militante” y que dadas la “moral y las fuerzas materiales” de los efectivos militares en pugna, “no es preciso sentir miedo alguno del resultado final, pero cuanto más se adhiera a la política de medias medidas, más distante estará el final de la contienda”.

Deseoso de llegar a tiempo para la acción, siguió adelante y le escribió a su amigo Reggie Barnes: “Los Mohmands necesitan una lección, y no hay ninguna duda de que nosotros somos un pueblo muy cruel”, explicando que los Sikhs (aliados de los británicos) “pusieron a un hombre herido en el crematorio y lo quemaron vivo”, agregando: “Me siento más bien un buitre. La única excusa es que yo mismo podría convertirme en carroña”... 

 

Hay momentos en los que sólo la fuerza puede detener los manejos criminales; y la tranquila posesión de la injusticia (como ocurre actualmente con la ocupación británica de nuestras Islas Malvinas) no es sino una caricatura atroz de la verdadera paz, la cual consiste en el orden por la justicia. Mas acudir en estos tiempos nuevamente a la guerra, sería emplear un remedio que en realidad no lo es, puesto que favorecería a Gran Bretaña, más fuerte (con sus aliados), sin hablar de los estragos psíquicos, las muertes inocentes y las destrucciones que tal actitud acarrearía.

 

Sin bravuconadas, es necesario que nos mantengamos lúcidos, comenzando de nuevo a trabajar, esperando el momento que creemos llegará, por el gasto de mantener una fuerza de ocupación en las Islas, por la emigración de parte de sus habitantes hacia la metrópolis, por el elevado costo de vida en razón de que prácticamente todo debe ser importado desde Chile y para cubrir las necesidades de escasos habitantes, etc. de un honroso desenlace a unas negociaciones eficaces, a pesar de los conflictos de intereses que oponen a estas dos naciones y pese al reconocido espíritu de venganza y crueldad de los imperialistas ingleses. 

 
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